Sin título.

19 Nov
Encontrar en el libro un refugio a la soledad, aunque sea por un instante en el que tu nombre se desvanece en la lágrima de un desamor reciente que se mezcla con las historias más insólitas de personajes que no existen, pero que están a mi lado, tan lejos de vos.

Porque sí.

Sos el vacío blanco de la hoja inhabitada, la transparencia pura de cuando se teme no tener nada que decir. Y yo, que prefiero palabras absurdas a la ausencia prudente, te invoco en el recuerdo y acostada espero que me busques, aunque sea con ese verbo preciso que siempre me vulneró. Hasta que volvés a aparecer, y de a poco llenás la hoja de letras asfixiantes, de hubieras arrepentidos, y volvés al principio, ese que nos llevó a dar vuelta a una página en blanco, que se alza gigante, desconocida, para llenarla de nuevo de hubieras arrepentidos, lamentos asfixiantes, letras saturadas, reproches amargos de calles sin salida, y entonces, nuevamente grito por el silencio prolongado que te aleja de esta dosis un tanto adictiva, ciclotímicamente encubierta de algo que algunos llaman amor. Ojalá llegue para quedarse un buen tiempo, porque las canciones estas, siempre felices, amorosas y anheladas por los enamorados, despiertan en mí ese lado histérico, el que potencia todo, el que te cierra el estómago o el que te lleva a querer comer 20 chocolates de una —justo cuando no hay ninguno al alcance— y que le gusta aparecer a la noche para acostarse a tu lado cuando te vas a dormir.

Aunque lleves toda la noche despierta, sin poder cerrar los ojos. O tal vez sí, pero con la mente acelerada en los hubieras que no existen, que terminan con las ilusiones y te encuentran entre estas cuatro paredes blancas, el sonido de la televisión de fondo, el frío de tu cuerpo por el aire de verano, las sábanas en el piso, las medias desparramadas, y un peluche marrón entre los pies.

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